Cuando somos jóvenes encontramos en la playa un lugar de placer y bienestar sin preguntarnos por qué. Y es que la playa es
un lugar para el reencuentro con amigos y familiares, relacionarnos y compartir de una manera sana y saludable en un ambiente propicio para disfrutar las bondades de la naturaleza y
mejorar la calidad de nuestra vida en un ambiente de paz y felicidad. Un escenario revitalizador vivificante que nos hace volver a nuestros antepasados.
Los delfines nadan en grupo, las ballenas, los animales del mar conversan entre sí con sonidos que no son advertidos por nuestros umbrales auditivos.
Es por eso que la vida en grupo como socializar es una necesidad animal independientemente al reino a que pertenezcamos.
Aunque muchas veces nos retiremos en solitario a una playa lejana para reflexionar o llorar nuestras penas, el mar es para muchos un gran amigo que escucha y que no nos regaña ni tiene resentimientos en nuestra contra.
Cuando niños la playa nos sirvió para jugar. De jóvenes para divertirnos y hasta encontrar el amor, de adultos como padres de familia repetir lo bueno de ese pasado y de mayores para contarle el resumen de nuestra vida y acercarnos más a Dios.
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